La vida de Calabacín solo necesita 66 minutos para ser una de las mejores películas actuales de animación. Bajo la técnica stop motion seguiremos a Calabacín, un niño con una dura infancia que se queda huérfano y debe ir a un hogar de acogida. Su largo historial de premios y nominaciones (compitió en los Oscars, aunque ganó Zootrópolis) avalan la calidad de la película, pero la mayor garantía de La vida de Calabacín es ser una historia de las que te encogen el corazón.
Esta película suiza, que dirige Claude Barras en idioma francés, contiene unos diálogos demoledores. Nada más empezar la madre de Calabacín muere en un accidente, agravado por el alcoholismo al que siempre estaba sometida. Ante la pregunta de un policía sobre dónde está su padre, Calabacín le enseña su cometa, en donde está dibujado. Mientras que en la otra cara está la gallina de su padre: «Mamá decía que él era un gallo que perseguía a demasiadas gallinas«. A continuación, un largo silencio del policía.
La vida de Calabacín, una animación muy adulta
Gracias a la animación, los temas escabrosos están tratados con un tempo y unas situaciones límites que cuesta mostrar con personajes de carne y hueso. En la casa de acogida, Calabacín conocerá a otros compañeros que están en su misma situación. Por diferentes motivos sus padres no pueden hacerse cargo de ellos… Son niños con traumas infantiles, desde acoso sexual hasta padres en la cárcel o maltratos.
Pero no olvidemos que los protagonistas de esta historia son niños. Niños que quieren divertirse, correr, jugar, pelearse entre ellos, vivir aventuras… y superar su pasado. Hay un momento musical, durante una excursión a la nieve, donde todos bailan al ritmo de Eisbaer de Grauzone. Por primera vez, somos conscientes de esa nueva y extraña familia que han formado juntos.
Una vez vista la película y reposada, recomiendo La vida de Calabacín por su corta duración y su largo recuerdo.
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