Según el refrán “nunca segundas partes fueron buenas”. Pero llegó Coppola y dio la lección de humildad de nuestra vida con El padrino. Parte II (The Godfather: Part II, 1974). De esta manera, intentaremos emular durante unos momentos al director italo-americano para hacer mejor, si cabe, esta segunda crónica del Fancine – Festival de Cine Fantástico-Universidad de Málaga.
Como afirmábamos en el primer artículo sobre el certamen malagueño, las películas “de casquería y brocha gorda” y las propuestas más serias cohabitaban en perfecto equilibrio dentro de la programación. Pero, a la hora de los premios, la balanza se ha decantado en propuestas cinematográficas más sutiles y de cierto recorrido festivalero de auteur.
Esta edición de Fancine ha tenido tres triunfadoras de raigambre cinéfila. Border, a través de su hipnosis y magia, ha obtenido los premios a mejor película, mejor actriz (Eva Melander) y mejores efectos especiales.
La segunda en la triada fantástica ha sido el último egotrip de Lars Von Trier, The house that Jack built, llevándose los premios a mejor actor (Matt Dillon), mejor película según el público y el conocido premio Gato Rabioso; premio concedido por la prensa acreditada a la mejor película.
El cierre de triunfos fancinerosos recae en In fabric, personal visión del consumismo y lo fantástico del director Peter Strickland, con los premios a mejor director, mejor fotografía y mejor banda sonora, sin olvidarnos de mencionar el segundo film de Nicolas Pesce, Piercing, que obtuvo el premio a mejor guion.
A modo de resumen, se podría afirmar que el festival, poco a poco, se va tornando en una persona cabal y seria que, aunque tiene cerca la sierra mecánica y el cuchillo jamonero, son objetos de un jovial y fresco pasado.
Llegados a este punto, como prometimos en el primer párrafo, reseñaremos en mejor medida algunas de las películas que más sensaciones, positivas y negativas, han despertado en este humilde redactor a lo largo de la segunda mitad del certamen fantástico.
Piercing (Nicolas Pesce)
Un magnífico ejemplo plausible de que se puede realizar un filme con altas capacidades lúdicas sin hacer que su metraje sea más largo que la barba de un náufrago.
Nicolas Pesce acomete su segunda película como si fuera una negrísima pieza de cámara interpretada por serial killer familiar y prostituta sadomasoquista con tendencias nihilistas. Y el resultado que logra es uno de las mejores películas de esta edición de Fancine, aportando una película que, en principio, parece pequeña pero que alberga mucha enjundia cinéfila.
Detalles como su exquisita selección musical – su score es una perfecta mixtape sobre giallo y thriller italiano que incluye composiciones de Goblin, Bruno Nicolai o Stelvio Cipriani – homenajes a Brian De Palma y Roman Polanski y ciertos elementos que pertenecen a una pretérita estética cinematográfica – unos maravillosos escenarios urbanos a partir de maquetas – hacen del film una propuesta estimulante y entretenida aun partiendo de mimbres oscuros y perversos.
Summer of 84 (Anouk Whissell – François Simard – Yoann-Karl Whissell)
En mi opinión, deberíamos ponerle freno a la operación “nostalgia años 80” que estamos sufriendo todos los espectadores con el maquiavélico plan de revisitar, homenajear, recrear y remakear aquella década analógica y hortera hasta el horror.
La nostalgia está bien como mera pincelada, o como recurso estilístico puntual. Pero cuando se llega a la fase barroca y recargada, todo explota, apareciendo subproductos que contienen más interés en la calidad de la tinta de la fotocopiadora que en el texto que contiene.
El trío de directores que hace años ofrecieron la simpática Turbo kid (id., 2015) sirven en bandeja el homenaje número seis mil a los Los Goonies (The Goonies, 1985) a través del filtro de la serie Stranger Things, sustituyendo lo sci-fi genérico por un serial killer de dudosa identidad – pero que se reconoce a los primeros cinco minutos de metraje – y aderezándolo con un argumento que recuerda aquel clásico de culto de Joe Dante No matarás… al vecino (The burbs, 1989). Sin olvidarnos, como viene siendo habitual, del recurso musical de los sintes carpenterianos.
En definitiva, Summer of 84 acaba siendo una fotocopia de una fotocopia, ilegible y con olor a máquina estropeada.
The house that Jack built (Lars von Trier)
¡Paren rotativas… Lars von Trier ha regresado! El genuino, el único, el autor de autores cuya piel supura misoginia y egocentrismo a raudales, la luz del faro que guía a los artistas que quieren romper la barrera de los límites de la provocación… él… ¡DIOS!
Sospecho que el párrafo anterior ha estado en la mente de la caterva de fans que Lars von Trier posee y, por extensión, en la propia mente del director danés.
En esta ocasión, su regreso va disfrazado de ejercicio de horror y bajada a los infiernos de un serial killer – un cínico y extremo narcisista Matt Dillon – al que recuerda sus crímenes ante un trasunto de Virgilio encarnado por Bruno Ganz y que, con un arranque que podía prometer un film curioso partiendo de un cinismo más negro que el carbón de una mina, acaba ofreciendo el pan nuestro de cada día en la panadería de supuestas delicatessen danesas.
En sus más de dos horas y media de metraje, von Trier realiza lo que siempre ha hecho, otro supuesto tótem hacia el arte en mayúsculas y su posición respecto a él a través de reflexiones audiovisuales donde la pedantería es el capitán de un barco vikingo en llamas que se marcha hacia el horizonte de la posteridad, lugar donde su filmografía estará expuesta y adorada hasta el fin de los tiempos.
Pero, al final, lo que consigue es otro eslabón más de una cadena que intenta asfixiar al espectador que acaba exhausto ante la tiranía de un artista convertido en monstruo cinéfilo al que nosotros, en mayor o menor medida, hemos contribuido a su gestación y liberación por festivales y salas comerciales.
In fabric (Peter Strickland)
Peter Strickland pertenece a ese grupo de directores a los que, a través de calculados movimientos, van labrándose una filmografía más que interesante con una fuerte carga de personalidad.
Con solo cuatro filmes en su haber – más su participación en un film colectivo –, el director inglés posee una personalidad audiovisual con códigos estilísticos bien definidos, una querencia por formas visuales y musicales pretéritas revisadas a partir de un prisma contemporáneo y con la cadencia expositiva que puede dar una narración entre el extrañamiento y la hipnosis.
Pero he aquí que el director es, en definitiva, un ser humano al que, como todo buen hijo de vecino, puede tropezar y andar cojeando por un tiempo. Este tropiezo, mal que nos pese, tiene nombre y se llama In fabric.
Su último film, un relato de corte fantástico sobre un vestido maldito y la trágica suerte que corren varios de sus dueños, aun conteniendo en gran medida el buen hacer de su director y su particular narrativa audiovisual – desde las escenas que transcurren dentro de la curiosísima tienda de donde surge el vestido de marras hasta el acertado score del grupo de culto Cavern of Anti-Mattern –, adolece de una desmesura en su metraje al querer forzar el film en dos historias que se articulan sobre sí mismas como si fueran dos episodios de Hammer House of Horror (id., 1980), por añadir un ejemplo autóctono al director y a una de sus influencias más cercanas.
En un supuesto cómputo general, la película resulta un ejercicio irregular y confuso al que se atisban en bastantes momentos «la marca Strickland», elemento que se agradece y se aplaude.
Hasta aquí llega la cobertura de Que se joda el espectador medio sobre el Fancine 2018. Para una visión más completa, te animamos a consultar la primera crónica del Festival de Cine Fantástico de la Universidad de Málaga. Nos vemos de nuevo el próximo año, fancineros.
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